El plástico, o plásticos, porque los hay de muchos tipos, es uno de los mejores inventos que ha creado el ser humano. Por desgracia, es tan buen invento que se ha utilizado para fabricar toda clase de objetos, máquinas y dispositivos. Lo usamos para conservar alimentos, transportar bebidas y toda suerte de líquidos, se emplea en medicina, industria, transporte, electrónica… El plástico es imprescindible en muchos sectores. Pero su uso y abuso ha generado toneladas de residuos que, mal gestionados, se han diseminado por océanos y, al final, están integrados incluso en la cadena trófica en forma de microplásticos. ¿La solución? Sustituirlos, si es posible, por bioplásticos.
Mientras que el plástico tiene muchos orígenes, algunos orgánicos pero otros muchos sintéticos, los bioplásticos están basados en materiales biológicos como la soja, el almidón de arroz, la patata, la caña de azúcar… Hay que precisar que el plástico no es malo por sí mismo. Gracias a él tenemos agua corriente, podemos recibir transfusiones de sangre y hemos erradicado enfermedades, reducido las intoxicaciones alimentarias y logrado que los alimentos no se echen a perder. Pero, insisto, que esté presente en todas partes lo ha convertido en una carga. No por sí mismo sino porque no se procesa adecuadamente.
Los bioplásticos son la principal alternativa o la más viable para sustituir muchos de los plásticos que utilizamos a diario. Y ya los estamos usando sin darnos cuenta en bolsas, embalajes, objetos desechables, etc. Pero hay que dejar claro que aunque cada vez están más presentes, no van a sustituir al 100% a los plásticos “tradicionales”. Sin embargo, la tecnología para fabricar bioplásticos está más madura de lo que podríamos pensar.
Bioplásticos, una evolución sostenible
Una de las características que ha hecho de los plásticos el material más utilizado en miles de objetos que usamos a diario es que son duraderos. Según el tipo de plástico pueden aguantar el agua, el frío, el calor, el paso del tiempo y cualquier inclemencia. Es más. En la mayoría de los casos, cuando desechamos un objeto de plástico no es porque el plástico se haya roto, que también ocurre en ocasiones, sino porque ese objeto o aparato ha dejado de funcionar, su función ya no nos es precisa o, directamente, hay un modelo superior.
Es decir, que el principal problema del plástico es que es tan eficiente que tarda demasiado en desaparecer. De ahí que los bioplásticos quieran ser la alternativa. Plásticos que se integran en la naturaleza después de su uso, ya que al basarse en elementos biológicos, son más fáciles de procesar. La clave está en encontrar el equilibrio entre que el bioplástico cumpla su objetivo y sea desechable de manera sostenible.
Mientras que la mayoría de plásticos proceden del petróleo, los bioplásticos tienen dos orígenes: las plantas y los microorganismos. De las plantas se utilizan los ácidos polilácticos (PLA), y de los microorganismos se usan los polihidroxialcanoatos (PHA). El primero es el más frecuente por ser más económico. Y se utiliza en botellas y recipientes de plástico, en objetos desechables o de un solo uso y en tejidos.
Para hacernos una idea, en 2021 se utilizaron 2,41 millones de toneladas de bioplástico. Su uso principal, el 48%, está en el empaquetado y embalaje. El 11% en bienes de consumo, el 10% en fibras y tejidos, y el resto se reparte en agricultura (9%), automoción (5%), etc. Todavía queda mucho por hacer, pero poco a poco, los bioplásticos van abriéndose camino en objetos cotidianos como medios de transporte, equipamiento de oficina, dispositivos electrónicos, empaquetado y transporte de alimentos, etc.
Y a nivel económico, el mercado global de bioplásticos generó 6.770 millones de dólares en 2021. Y se espera que la cifra suba hasta los casi 15.000 millones en 2026. Es decir, que los bioplásticos no son una curiosidad que publican investigadores en revistas científicas. Es todo un sector productivo de alcance global que genera beneficios y que permite crear empresas y generar puestos de trabajo.
Un problema de hábitos, no de tecnología
Los bioplásticos han tenido el apoyo de organizaciones y estamentos públicos porque resultan, a priori, más fáciles de procesar tras su uso. Es decir, que son más sostenibles. Pero no dejan de ser plásticos. Es más, dentro de la categoría de plásticos que no son bioplásticos existen algunos que son biodegradables, como el PCL (polycaprolactona), que se utiliza en implantes biomédicos, o el PBS, usado en empaquetado. Y al otro lado, también hay bioplásticos no biodegradables, como el polietileno tereftalato (BioPET).
Es decir, el bioplástico debe ser biodegradable para ser una alternativa al plástico que evite acumular toneladas de éste en océanos o vertederos. Y aún siendo biodegradable, requiere de cierta ayuda por nuestra parte. O dicho claramente, si desechamos los bioplásticos de igual manera que los plásticos, el resultado es el mismo. Toneladas de desechos que se amontonan en la naturaleza afectando a plantas, animales y ecosistemas en general.
Otro aspecto a tener en cuenta del bioplástico es que para ser una alternativa sostenible debe basarse en el aprovechamiento de los recursos disponibles. Es decir, que cultivar arroz o maíz para fabricar bioplástico tiene un impacto mayor que aprovechar los restos de cultivos ya existentes.
Lo que nos lleva al problema que ha ocasionado que el plástico sea demonizado. Que se abusa de él y que, una vez desechado, nos olvidamos del mismo. Si toneladas de plásticos acaban en el océano cada año es porque ese plástico no fue procesado adecuadamente una vez dejó de ser útil. Y este problema lo tiene también el bioplástico. Puede que su impacto en la naturaleza sea menor, pero sigue habiendo un impacto porque su correcto procesamiento no es económico o viable económicamente. Es decir, no basta con cambiar plásticos por bioplásticos. También hay que cambiar los hábitos que llevan a tirar toneladas de plástico al mar.
¿Está suficientemente madura la tecnología de los bioplásticos? es un artículo de Blogthinkbig.com.
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