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¿Qué hacemos con la basura espacial? 

Desde los albores de la exploración espacial en los cincuenta, el hombre ha lanzado miles de cohetes y satélites. Ahora son parte de nuestras vidas, pues son empleados a la hora de dar la previsión meteorológica, realizar estudios científicos, explorar el universo u ofrecer conexión a Internet en las zonas más remotas de la Tierra. También son el origen de la llamada basura espacial.

Pero siempre, tras cada conquista, el ser humano deja su inequívoco rastro: la basura. Los montes, las selvas y los mares ya están inundados de nuestras bolsas de plástico y latas de aluminio; y la órbita terrestre sigue el mismo camino. Al principio, nadie se preocupó por el tema, como tampoco nos preocupaba qué tirar al “infinito” mar. Pero pronto nos dimos cuenta de que, aunque el espacio sea infinito, la zona en la que pueden órbita los satélites sobre la Tierra no lo es. Cada satélite en desuso, averiado o roto causa un peligro para los que sí son funcionales bajo su concepto de basura espacial.

En apenas seis décadas, los más de 6.000 lanzamientos que hemos realizado han dado lugar a que tengamos casi 60.000 objetos rastreados en órbita, según la Agencia Espacial Europea (ESA). Casi 30.000 permanecen en el espacio y son vigilados regularmente entre los objetos de 5 a 10 centímetros en órbita baja y los de altitudes geoestacionarias. Solo unos 4.000 son satélites intactos y operativos. Es decir: acabamos de comenzar a explorar el espacio exterior y ya tenemos más basura que herramientas útiles. 

El volumen de basura se incrementa cada vez que hay un accidente o avería, ya que una explosión deriva en miles de partículas que quedan en suspensión. En el mejor de los casos, son desintegradas al entrar en la atmósfera, pero pueden quedar suspendidas y provocar más accidentes. En total, más de 7.000 toneladas de chatarra sobrevuela la Tierra a gran velocidad. 

Por fortuna, la basura espacial no supone un riesgo para nuestras misiones espaciales. El mayor peligro es para los satélites ya en órbita a los que damos uso cada día, y que tienen que ser desviados de la trayectoria que sigue la basura para no ser dañados o destruidos. Cada año se realizan cientos de maniobras para evitar estas colisiones porque a nadie le gusta que su millonaria obra de ingeniería sea destruida por un trozo de chatarra soviético. 

Que se den situaciones como esta es excepcional, pero el número de satélites que ponemos en órbita crece exponencialmente. En 2009, por ejemplo, un satélite comercial americano chocó con un satélite militar ruso a una velocidad de 12 km/s. Obviamente, ambos quedaron completamente destruidos en más de 2.300 partes que, por suerte, entraron en la atmósfera y quedaron consumidas. En 2015, varios fragmentos cayeron en Murcia desde el cielo. No era el Apocalipsis, sino basura espacial que regresaba a casa. 

Desplazar un satélite para evitar su colisión con la basura espacial puede derivar en otros inconvenientes. Si un satélite tiene que esquivar una gran cantidad de desechos, puede acabar en una altitud menos útil. En el caso de los satélites espía, puede dificultar lo que éste puede ver y cuándo puede verlo. Los países con experiencia en el espacio no se olvidan de este hecho: la basura espacial puede convertirse en un arma para interrumpir y degradar lo que otros pueden hacer, e inutilizar franjas enteras. 

Cómo limpiar tanta basura espacial

NASA calendario astronómico espacio satélite
NASA calendario astronómico espacio satélite

¿Cómo limitar o solventar este problema? Las Naciones Unidas solicitan que todas las compañías retiren sus satélites como máximo 25 años más tarde de su misión. Pero es una normal algo compleja de cumplir y sancionar, ya que los satélites pueden (suelen) fallar. Por ello, varias organizaciones han pensado en soluciones más activas como retirar la basura espacial directamente. 

En 2018, desde la Universidad de Surrey en Reino Unido, se llevó a cabo una misión experimental denominada RemoveDebris financiada por la Unión Europea. Puso a prueba varias ideas novedosas como utilizar redes para capturar la basura y un mástil de arrastre para llevar toda la chatarra hasta la atmósfera para consumirla. Aunque solo la parte de la red se probó satisfactoriamente. 

La ESA planea lanzar una misión en 2025 de limpieza de basura espacial en órbita. Para ello, usará un satélite experimental desarrollado en la Escuela Politécnica Federal de Lausana equipado con una tecnología capaz de hallar, capturar y desorbitar satélites muertos y trozos de chatarra. El objetivo es que el satélite recoja la basura y se inmole con esta al entrar en la atmósfera sin dejar algo más que limpiar. 

Sin embargo, no son más que experimentos para una situación que será cada vez más grave con millonarios como Elon Musk o Jeff Bezos lanzando satélites sin parar. Además, la basura espacial no es responsabilidad de nadie, porque el espacio no pertenece a nadie. ¿Acaso puede Europa impedir que Estados Unidos lance un satélite? Y la tecnología para limpiar la basura es cara y experimental. Las agencias gubernamentales están más interesadas en realizar estudios que puedan hacer avanzar a la humanidad, pero, tal vez, el sector privado pueda en el futuro desarrollar compañías de limpieza que ahorren quebraderos de cabeza a las compañías que necesitan los satélites. 

Eso sí, si todavía no somos capaces de limpiar los bosques, los ríos y los mares, no esperen que limpiemos mañana mismo el espacio. A no ser que sea rentable. 

¿Qué hacemos con la basura espacial?  es un artículo de Blogthinkbig.com.

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