Cuando queremos comer algo que quizá no sepamos si está en buen estado, lo primero que hacemos es olerlo. Todos lo hacemos, pero un científico nos informa de lo equivocados que estamos. En realidad, no deberíamos confiar demasiado en nuestra nariz para este tipo de prueba.
Podemos intuir que está mal, pero es habitual que usemos nuestro olfato con la intención de llegar a la conclusión de si algún alimento que tenemos en la nevera se encuentra todavía en buen estado o no. Porque las fechas de caducidad, sobre todo con la comida que viene en envases de abrir y cerrar, no son tan confiables como nos gustaría. ¿Pero qué hacemos en su lugar?
No te fíes de tu nariz
Alguien de la familia quizá no ha cerrado el envase de la mortadela y te estás planteando si está en buenas condiciones o no. Oler la loncha para ver qué sensaciones nos transmite podría sonar bien, pero no es algo que te vaya a servir. La realidad es que si bien hay casos en los que sí te va a ayudar, no son demasiado habituales. Por lo tanto, en términos proporcionales, es poco probable que la nariz vaya a ser lo que detecte si un alimento está en buen estado o no.
Además, lo más problemático de todo es que las bacterias más peligrosas que se pueden reproducir en los alimentos que están en mal estado no se van a detectar con el olor. Así que quizá te salves de un dolor de tripa, pero no de sufrir una enfermedad grave como la Salmonella. Y eso es lo que más te tiene que preocupar.
Hay microbios en tu comida
Las bacterias y los microbios pueden tener presencia en los alimentos por muy diferentes motivos. En algunos casos los necesitamos y su presencia no tiene que significar que la comida esté en mal estado. También sabemos, por el mismo motivo, que estos microbios pueden generar algunos olores. Cuando estamos preparando pan, por ejemplo, el olor que se produce con la levadura es debido a ello.
Los olores que generan los microbios en los alimentos aumentan a medida que estos se reproducen en mayor volumen. En algunos casos, como el de la leche, la nariz sí que consigue apreciar que existe un problema y te podría llevar a evitar consecuencias importantes. Hay una gran cantidad de bacterias que se pueden reproducir en la leche pasada, por lo que la nariz será crucial para evitar situaciones adversas. Pero se trata de una excepción como pocas otras. Tal y como el científico Matthew Gilmour menciona, el olor acaba siendo una mala técnica para llegar a una conclusión sobre si un alimento está en mal estado o no. Porque con la nariz nunca llegarás, por ejemplo, a diferenciar una bacteria como la salmonella o la listeria. Todo eso queda en un margen de posibilidades muy reducido.
En la práctica, acaba siendo más viable fijarte en el aspecto que tenga el alimento en cuestión. Piensa que los microbios y las bacterias no solo afectan al estado de la comida produciendo, en ocasiones, un mal olor, sino que también alteran su aspecto. El motivo de ello es que las bacterias se van comiendo el alimento y provocando un cambio visual en el mismo. Por ejemplo, la carne cambia de color y se vuelve más oscura, mientras que en otros casos pueden aparecer puntitos blancos y otros efectos que se aprecian fácilmente con la vista.
Dice este científico que no ganamos nada con ese gesto de oler la comida de cuya condición dudamos y que todo el esfuerzo que podamos invertir en ello deberíamos comenzar a ponerlo en mejorar la forma en la que envasamos y almacenamos nuestros alimentos. Utilizar fiambreras o un buen plástico que cierre herméticamente la comida será crucial para que luego no tengas que estar oliendo y oliendo para ver si algo está bueno o no.
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